lunes, 1 de junio de 2015

Bonito.

Me entra la crisis existencial un mes antes de regresar a México. No puedo evitar pensar mil veces en las oportunidades que tuve y dejé pasar, las experiencias que no viví, en los lugares que no visité y en todo lo que se me fué en estos 4, 5 meses aquí.
Pero también me pongo a pensar en que soy una persona completamente diferente a la que llegó aquí, y que aprendí todos los días algo nuevo. Vencí miedos y me superé en las pruebas más difíciles que hay, esas que no parecen afectar, esas que son tan pequeñitas capaces de atormentarnos día con día.
Antes de hacer este viaje en particular, me pregunté varias veces si era lo correcto. Yo sabía que todo estaba bajo control, pero era el miedo lo que me detenía. El miedo a estar sola, a que no tendría a alguien que me ayudara si me pasaba algo o a que no tendría con quién platicar en mis ratos libres. Era miedo a hacer cosas atrevidas que nunca hice, por - qué raro- miedo a mi falta de agilidad, coordinación o el dolor.
Decidí que, si decidía hacer este viaje, tendría que hacerlo sin dejar que el miedo me paralizara, así que estas fotos de aquí fueron el resultado de un viaje de una semana a la mitad de la selva, nadando en ríos con anacondas, paseando por las copas de los árboles, y conociendo gente increíble.
He llegado a la conclusión de que en los viajes no se conoce tanto el país, la ciudad, la cultura, la gente o la comida. Sólo aprendemos de nosotros, y cómo nuestra existencia se ve afectada por ese específico y pequeño punto geográfico.

Da click en la foto para verla en su tamaño normal.

  Grutas de São Miguel

Pasando por un puente sobre las copas de los árboles, llegamos a la gruta. Lleno de estalactitas y estalagmitas, no puedo pensar en cómo la naturaleza puede hacer todo esto. Me regañaron por que me paré sobre una piedra que al parecer, tenía muchos millones de años.


            
    
 
   

Flutuação no Río Formoso 

Cuando me puse el traje de neopreno, supe que jamás podría trabajar en Sea World. Primero porque no aguantaría el traje, y aparte creo que no contratarían a alguien que se viera tan ridícula. Entramos al río y nadé con muchísimos peces de diferentes colores y tamaños. El guía después del viaje nos dijo que lo más probable es que hubiéramos nadado con alguna anaconda (sí, anaconda) pero que no la vimos. Nos explicó que dentro del agua no atacan porque necesitan la fuerza del suelo para poder hacerlo, lo cual me tranquilizó un poco porque después de esto nos enseñó una y no me hubiera gustado saber que estaba ahí adentro.


   
      








Gruta da Lagoa Azul.

Este fue, sin duda, mi lugar favorito de todo el viaje. Todo fue surreal. Lo que parece ser una roca gigante a punto de caer un barranco es en realidad la entrada a la gruta. Las fotos no pueden compararse lo que es estar ahí. Después de unos 400 escalones hacia abajo, mucha presión, neblina y calor, llegamos a la laguna. Ahí entendí porqué decidieron llamarla así. 

 

    


Balneario do sol

Después de tantos paseos, necesitábamos descansar. Nada mejor para eso que un río que termina en cuatro cascadas, hogar de muchos peces dorados. Nos quedamos hasta el atardecer, donde el cielo se llena de colores en al ausencia de los edificios de São Paulo y la contaminación de la ciudad.


                         
    


No hay comentarios:

Publicar un comentario